
Cuando circulamos por las carreteras del interior de Gran Canaria, en pleno corazón de la Reserva de la Biosfera, los pinos forman una parte indisoluble del paisaje, centenares de pinos guían el camino, cual guardianes a ambos lados del asfalto.
Estamos viendo, prácticamente en su totalidad, a ejemplares del pino canario, conocido también como Pinus canariensis, su nombre científico. Esta conífera, endémica de nuestras islas y presente en todas las islas salvo Lanzarote y Fuerteventura, comparte algunas zonas de Gran Canaria con el Pino de Monterrey –o Pinus radiata- y aunque a simple vista pudieran parecer similares, nuestro pino canario tiene una característica que lo diferencia del resto y lo hace muy especial: su resistencia al fuego.
Tras los graves incendios que han asolado nuestra isla en las últimas décadas, como los de Valleseco y Artenara del año 2019, pudimos ver un paisaje completamente negro. La vegetación a lo largo de las cadenas montañosas que conforman el paisaje cumbrero había desaparecido o, en el mejor de los casos, adquirido un tono negruzco que no invitaba al optimismo respecto a ver de nuevo reverdecidas todas aquellas zonas arrasadas por el fuego. Sin embargo, a día de hoy, tan solo seis años después de aquella catástrofe medioambiental, quien se acerque a zonas como el Parque Natural de Tamadaba podrá apreciar como el verdor ha vuelto a ser predominante y las huellas de las llamas se han minimizado de forma notable, cual si se tratase de la resurrección del mitológico ave fénix, aunque en este caso, el secreto está en el interior de cada uno de los pinos, que han evolucionado a lo largo del tiempo para adaptarse de forma excelente a unas condiciones ambientales desfavorables. Analicemos de cerca a nuestros pinos.
Como se puede comprobar con tal solo acercarse a cualquier pino canario, estos tienen una corteza de un grosor considerable, no en vano esta es su primera línea de defensa. Esta capa de piel actúa a modo de escudo térmico, de forma que se protegen los tejidos vivos del tronco del calor generado por el fuego.
Las piñas serótinas
Otro de los elementos clave es la capacidad para producir las llamadas piñas serótinas, bajo este nombre tan llamativo se esconden aquellas piñas que permanecen cerradas a lo largo de los años, abriéndose únicamente cuando se someten a altas temperaturas, como las producidas por un incendio forestal. Una vez abierta la piña, de ella se desprenden semillas que germinan al caer a un suelo que ha quedado libre de otra vegetación que ha sucumbido al efecto del fuego y lleno de nutrientes, por la ceniza es un excelente abono. Esto garantiza la regeneración de la masa forestal afectada. ¿Sorprendente, verdad? ¡Pues hay más!
Una particularidad del pino canario frente a coníferas de otro tipo es que es capaz de generar rebrotes epicórmicos, esto quiere decir que, una vez ha sido afectado por el fuego, podremos ver como hay brotes a lo largo tanto del tronco como de las ramas principales.
Estas características no solo hacen especial al pino canario y, por ello, diferente al resto de árboles sino que también permiten dotar de una gran resiliencia a nuestras masas forestales, garantizando así la restauración de los ecosistemas tras el paso de un incendio de forma completamente natural y autónoma, permitiendo una rápida recuperación de la biodiversidad del entorno. No obstante, la recuperación de un pinar quemado es lenta, debiendo “pasar entre 8 y 10 años sin incendios para que un pinar se recupere por completo”, según indica José Luis Martín Esquivel, biólogo investigador en una entrevista en Atlántico Hoy.
Pese a estas características tan particulares, el pino canario no es completamente inmune al fuego, y también puede sucumbir ante él, según la intensidad y frecuencia con que se vean nuestros pinares afectados por incendios forestales.
Como ves, en nuestra isla tenemos la oportunidad de disfrutar de una auténtica joya botánica, especie única en el mundo, de la que somos custodios. No podemos olvidar que alrededor del 90% de los incendios que se producen en Gran Canaria tienen como origen la acción humana, bien sea por imprudencia o de forma intencionada, está en nuestra mano seguir velando por nuestro medio natural, mediante el cumplimiento de la normativa y las directrices facilitadas por las autoridades.