En la isla de Gran Canaria existe una tradición cerámica arraigada desde hace varios siglos y que se remonta a periodos prehispánicos previos al siglo XV, cuando se produjo la conquista castellana.
No en vano se han encontrado y datado piezas cerámicas elaboradas por la población aborigen, elaboradas en barro y con diferente simbología, como ejemplo tenemos el Ídolo de Tara, una figura femenina antropomorfa encontrada en Gran Canaria, considerada como uno de las piezas icónicas del arte aborigen de las Islas Canarias y que actualmente se expone en el Museo Canario ubicado en Las Palmas de Gran Canaria.
Con la conquista de las islas y la llegada de corrientes artísticas de diferentes lugares de Europa, las formas, los estilos y las técnicas empleadas fueron fusionándose dando lugar una cerámica que combina elementos de un lado y otro para imprimirle unas características particulares.
Si bien es cierto que la cerámica tuvo un papel importante como medio para la obtención de recursos económicos no se dio un desarrollo de esta actividad de forma simétrica en toda la isla, destacando su desarrollo en una serie de lugares que disponían de una materia prima de mayor calidad que permitía la elaboración de un mejor producto, y es que cualquier barro no es óptimo para la labor. Así, destacan lugares como La Atalaya en Santa Brígida, Hoya de Pineda entre los municipios de Gáldar y Santa María de Guía, Tunte en San Bartolomé de Tirajana, Moya o Lugarejos en Artenara.
Es precisamente en este último enclave, en las faldas del Parque Natural de Tamadaba, donde se encuentra el Centro Locero de Lugarejos, centro de interpretación de esta otrora importante actividad. De él hablaremos dentro de unas líneas, ahora volvamos nuevamente al pasado.
La cerámica tradicional de Gran Canaria, pujante hasta mediados del siglo XX, se caracteriza por tres elementos: ser completamente manual, no haciéndose uso de torno; hornearse al aire libre, sin utilizar un horno romano; ser elaborada por mujeres en su práctica totalidad.
Este último elemento tiene una gran importancia desde el punto de vista sociológico, pues las alfareras de cada zona se reunían para realizar las labores propias de la elaboración de la loza puede pueden ser la cocción el moldeado o la decoración de las piezas —entre las que se encuentran ollas, escudillas, platos, vasos o cafeteras—, creando inevitables, a la vez que duraderos, lazos entre estas, generándose un sentimiento de comunidad.
Fue ya a mediados del siglo XX, en el entorno de la década de 1960, cuando comienzan a desarrollarse otros sectores productivos en la isla y la población abandona las zonas de interior para trasladarse a la costa y trabajar en sectores como el turismo o el tomate, que comienzan a despuntar como motores económicos. Esta circunstancia, unida a la aparición de otros materiales para la elaboración de útiles domésticos —como pueden ser el metal o el plástico— desplaza completamente a la loza tradicional, cayendo esta en un progresivo desuso.
Lugarejos, uno de los centros loceros de la Reserva de la Biosfera
Volviendo a Lugarejos, este enclave, situado a los pies del Parque Natural de Tamadaba y junto a la serpenteante carretera GC-217 —que comunica Fagajesto, en Gáldar, con diferentes núcleos poblacionales del municipio de Artenara, como son Las Hoyas o Coruña, además del propio Lugarejos— ha sido y continua siendo uno de los enclaves donde la alfarería ha tenido uno de sus baluartes, baste indicar que solo en este barrio artenarense se ha inventariado la existencia de, al menos, entre 15 y 16 guisaderos (hornos), muchos de ellos ya desaparecidos.
Como indica el Ayuntamiento de Artenara en su página web, uno de los elementos que contribuyó al mantenimiento de la tradición alfarera en esta zona de la isla fue la puesta en marcha de un proyecto, en el marco del Proyecto LEADER, que, en el año 1994 —cuando ya solo vivían dos mujeres, Manuela Cabrera y Mela Lugo, que conocieran el oficio— permitió la elaboración de nada menos que 200 piezas de barro, las primeras en treinta años.
Es igualmente en el marco de este proyecto que surge el Centro Locero de Lugarejos, como centro de interpretación que permita mantener viva la tradición. Al frente del mismo se encuentra Mari León, la última locera de Lugarejos.
En el taller, Mari —que aprendió el oficio de su suegra— muestra a los visitantes el proceso completo de elaboración de cualquier pieza de loza, desde la bola de barro hasta el producto completamente guisado. Un proceso que no solo es completamente artesanal, como ya hemos indicado, sino que también incentiva el aprovechamiento de los recursos naturales del entorno de forma sostenible, por cuanto se utilizan, además del propio barro o la almagra, recursos tales como la pinocha, las piñas de los pinos o la propia leña, todo ello obtenido en las cercanías de los talleres, permitiéndose reducir o eliminar el combustible vegetal y contribuyendo con ello a la conservación de nuestro medio natural.
La elaboración de loza de forma artesanal no solo permitió que muchas familias tuviesen un medio de subsistencia y pudiesen salir adelante sino que es uno de los elementos que conforman el paisaje de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria, una parte indeleble de nuestra historia.
Consulta en el siguiente enlace más información sobre el Centro Locero de Lugarejos y, en general, la actividad locera en esta zona de la isla.